La casa que derrumba los tabúes

«La normalidad es un camino pavimentado. Es cómodo para caminar, pero nunca crecerán flores en él». Así comienza la nueva serie de Netflix, protagonizada por Verónica Castro y dirigida por Manolo Caro. Serie que muchos se aventuran a llamar la “Novela de los Milenials” y no es para menos, pues la producción mexicana tiene como protagonista a una de las figuras de la farándula mexicana más importante de los años ochenta.
La trama, que explicaré rápidamente en virtud de no spoilear a uno que otro cándido y suponiendo ya conocen un poco de lo que aquí se va a hablar, retrata a una familia mexicana aparentemente perfecta de una de las zonas más ricas de la ciudad. Una familia tradicional, llena de valores tradicionales y con los mismos prejuicios transversales que pueden presentar la mayoría de las familias mexicanas en nuestro tiempo. Una familia que se ve enfrentada a reescribir sus cimientos cuando se dan cuenta que sus interacciones resultan más complejas de lo esperado.
La serie en si, resulta con muchos matices, si bien no es una mega producción llena de un guionaje excelso, líneas sumamente cuidadas y actuaciones impecables, si que lleva una fuerte crítica social, acompañada de la característica comedia negra de Manolo Caro. La serie, que a estas alturas tiene a todo el país hablando, reúne la fórmula necesaria para el boom dentro de la audiencia mexicana, sin embargo, aprovecha la comicidad para poner los temas menos tratables dentro de la discusión social.
Si, la serie o novela, o como guste usted llamarle, pone de una vez por todas temas como la infidelidad, la drogadicción, el sexo casual, el empoderamiento de la mujer sobre su vida sexual, la transexualidad y la homosexualidad , en el centro de la trama; situaciones que son imposibles de ignorar pues de allí se desarrollan las aventuras y peripecias de los personajes.
Si, la serie lo habla, lo explota y sobre todo logra traerlo como una forma natural dentro de la conversación social y es que lejos de ahí, esos tópicos resultan dar carraspera a quien intenta tocarlos.
Lo verdaderamente aplaudible de esta producción es lo cuidado que lleva los temas, si, están y hay comedia en el medio, sin embargo nunca percibimos que estos tópicos sean tocados como mofa por la producción. Nunca vemos, por ejemplo un personaje transexual flojo o “de chiste” y en todo momento sabemos que María José, nombre de la mujer transexual, afronta problemas reales de una mujer transexual cotidiana. Y eso, la cotidianidad de lo aparentemente atípico es lo que rescata La Casa de las Flores.
Lo mismo pasa con la pareja homsoexual o con los personajes travestis del cabaret; vamos, que la trama hace comedia de las situaciones que viven día a día los personajes pero nunca de su condición social, sexual, de génerol o económica. Sino que simplemente lo normaliza.
A todo esto y como conclusión, estamos ante una serie que explora los matices profundos de una familia mexicana, así como las diferentes interacciones en ella. Nos muestra que si, que las familias son variadas y que no hay una fórmula escrita para conformarlas, y que si, que en las familias caben muchas problemáticas pero que ante todo aquello, la unión es lo que termina haciendo la diferencia. Nos enseña la resiliencia y nos deja frases memorables como “Cambie de sexo, no de corazón” o “No vamos a ser parte de esa cultura machista, que humilla a las mujeres por tener una vida sexual activa, naco” y “Nunca te sientes más solo y vulnerable, que cuando sales al mundo y dices quién eres”.
Así que si, La Casa de las Flores es extraña, atípica, pero profundamente necesaria para estallar en los comedores mexicanos esos temas que tanto urge comencemos a tocar, así, sin prejuicios y como situaciones cotidianas dentro de un mundo complejo que podría resultarnos divertido mientras lo recorremos.
Omar E. Núñez